BRÍGIDA !! La del pintalabios rojo
Recuerdo a Brigida con su pintalabio rojo y su pañuelo en la cabeza. Su niña creció muy equilibrada se casó y tiene sus hijos
Por Biridiana Batista Dotel / Balcon Bateyero
EN BARAHONA, (República Dominicana), viernes, 22 agosto, 2025:- En el Batey Central, donde el polvo del camino se confundía con el humo de la chimenea, llegó una mujer a la que llamaban Brígida.
Nadie supo con certeza de dónde venía, solo que había aparecido desde uno de los bateyes del Ingenio Barahona, ya adulta, arrastrando un pasado del que nunca hablaba.
Era una figura que causaba desasosiego, su mirada, dura y fija, parecía leer los miedos escondidos. Y quien se dejaba atrapar por esos ojos terminaba siendo su presa. Callada como la sombra, Brígida se deslizaba por los lugares enfrentando situaciones que los caminos le presentaban, a pesar de esas situaciones tenía cualidades físicas mujer de nariz fina, tez oscura, delgada, pero los años le fueron apagando esas virtudes.
En su saco siempre sobre los hombros cargaba retazos de vidas: camisas, toallas, utensilios, lo que encontrara a su paso, además en sus manos llevaba un palo delgado como arma protectora.
Sus labios, pintados siempre con un rojo encendido, le daban un aire de desafío, caminaba con paso firme, echando bocanadas de humo de tabaco o cigarro, marcando su presencia por las calles y callejones.
Durante un tiempo se le veía acompañada de una niña preciosa. Era su amparo y su escudo. La protegía con celo, como si en ella descansara todo lo que la vida le había negado, pero un descuido, una sombra de destino, y la niña le fue arrebatada de sus brazos sin dejar rastro.
Brígida jamás volvió a encontrarla. El dolor la endureció aún más, pero con el tiempo llegó otra criatura: otra hija hermosa, a quien sujetaba con tal fuerza que nadie podía acercársele.
El batey entero hablaba de Brígida. Algunos la esquivaban, otros la provocaban con miedo disfrazado de burla.
Su padre, Don Capellán, era un hombre trabajador incansable y amigo del trago. En él se mezclaban la dureza del campo y la alegría breve del ron.
Brígida dejó una huella imborrable. Entre humo, ropas y labios pintados de rojo, se convirtió en memoria viva de un pueblo que en momentos la evitaba y, al mismo tiempo, no podía olvidarla.
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