El decretazo de Antonio Guzmán que salvó la democracia

 
Antonio Guzmán

Guzmán acudió acompañado por Secundino Gil Morales (líder del PRD) y su yerno José María Hernández. Pero al cruzar el umbral, solo a él le permitieron entrar.

EN SANTO DOMINGO, mièrcoles, 16 julio 2025: El ascenso de Antonio Guzmán a la presidencia en agosto de 1978 fue un milagro al filo del abismo. Por poco no llega a jurar el cargo. Peor aún: estuvo a horas de ser víctima de un complot militar.

Como testigo directo de aquella campaña electoral, vi cómo las caravanas de Guzmán —ese discreto hacendado del Partido Revolucionario Dominicano— eran tiroteadas, bloqueadas e intimidadas por soldados leales a Joaquín Balaguer, quien acumulaba doce años en el poder.

Pero el pueblo habló claro en las urnas.

Cuando los conteos revelaron su victoria, los militares asaltaron la Junta Central Electoral.

Se inició entonces la cuenta regresiva para un golpe “manu-militari”que mantuviera a Balaguer en el sillón presidencial. Solo la presión urgente de Estados Unidos y fuerzas vitales de la sociedad dominicana evitó el colapso institucional.

Aun así, la transición seguía ensombrecida. El Partido Reformista maniobró para arrebatar el control del Congreso, y nada garantizaba que Guzmán asumiría el mando.

Fue entonces cuando ocurrió un episodio decisivo —hasta ahora inédito— que confirmó los peores temores.

En vísperas de su juramentación, el alto mando militar convocó al presidente electo a la sede de las Fuerzas Armadas.

Guzmán acudió acompañado por Secundino Gil Morales (líder del PRD) y su yerno José María Hernández. Pero al cruzar el umbral, solo a él le permitieron entrar.

Su hija Sonia —quien luego sería su asistente en Palacio— me reveló el resto del episodio durante una entrevista en “Entre Periodistas”:

“En la sala lo esperaban todos los kepis rameados del balaguerismo. El secretario militar, mayor general Juan René Beauchamps Javier, le entregó un documento con condiciones: para gobernar, debía mantenerlos a todos en sus cargos. Mi padre, impasible, respondió: ‘Estudiaré caso por caso’.”

Al salir, los periodistas agolpados gritaron: “!Don Antonio! ¿Qué le dijeron los militares?” Guzmán alzó la voz con calma teatral:

“Que respetarán la voluntad popular, serán obedientes a la Constitución, y me reconocerán como su comandante en jefe”.

Al subir al auto, su yerno —sentado entre él y Gil Morales— murmuró perplejo: “?Y fue eso lo que le dijeron?”. Guzmán bajó el tono a un susurro: “Eso fue lo que yo quise haber oído... Que lo desmientan ahora”.

Nadie lo desmintió. Cuarenta y ocho horas después, el nuevo presidente firmó el Decreto Número Uno: destituyó a toda la cúpula castrense y así inauguró la despolitización de las Fuerzas Armadas, un acto decisivo y valiente.

Esa astucia personal de Guzmán —su juego de palabras ante la prensa— fue tan crucial como el decreto posterior. La democracia se salvó primero con un “bluff” y luego con tinta oficial.

Junto a una amnistía histórica que liberó presos políticos y abrió las puertas al exilio, aquel gesto de sangre fría sentó las bases de nuestra democracia.

Bases que habían sido dinamitadas quince años antes cuando otro presidente electo —Juan Bosch— fue derrocado a los siete meses de su triunfo, truncando el primer amanecer democrático post-Trujillo.


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