Escuchar antes de hablar: una lección que aún nos debemos
Por Patricia Matos Lluberes
JUEVES, 15 MAYO 2025: A veces, las palabras injustas no matan de inmediato, pero duelen tanto que terminan por apagar la luz de quien las recibe. Recuerdo a una amiga muy querida, maestra entregada, vocacional, respetada por sus estudiantes. Un día fue acusada de algo que nunca hizo. En su escuela, las voces comenzaron a alzarse antes de que se investigara. Se le dio la espalda, se le señaló, se le juzgó sin escucharla. Aunque meses después fue descargada oficialmente, ya era tarde. El daño estaba hecho. Había perdido sus fuerzas, su ánimo, su salud. Y al final, la perdimos también a ella.
No me la puedo quitar del pensamiento cada vez que veo cómo, en la vida pública y privada, seguimos haciendo leña del árbol caído. Cuánto daño se podría evitar si simplemente nos detuviéramos a preguntar: ¿ya escuchaste su versión?, ¿ya verificaste si eso es cierto?, ¿cómo te sentirías tú si todos hablaran de ti sin saber?
Vivimos rodeados de ruido. Opinamos de todo y sobre todos, casi sin respirar. Las redes sociales han alimentado una necesidad constante de decir algo -lo que sea- y rápido. Pero ¿y si antes de hablar, simplemente escucháramos?
La alfabetización mediática e informacional, tema que he investigado con profundidad en mi tesis doctoral, es más que un concepto académico o una moda educativa. Es una apuesta urgente por formar ciudadanos conscientes, críticos y empáticos. Más allá de enseñar a navegar medios o analizar mensajes, esta alfabetización implica aprender a mirar con atención, pensar con cuidado y hablar con responsabilidad. En lo más profundo, nos recuerda que detrás de cada dato, cada noticia, cada historia, hay personas reales. Personas que sienten. Que se equivocan. Que tienen contextos que muchas veces no conocemos.
Por eso, escuchar antes de hablar no es solo un gesto de cortesía: es un acto de justicia. De respeto. De humanidad.
En nuestra vida cotidiana, y más aún en el entorno digital, vemos con frecuencia cómo se construyen juicios sin fundamentos. Se señalan errores sin entender procesos. Se hacen virales comentarios sin alma, pero con filo. Y cuando alguien cae, el espectáculo del juicio se activa con velocidad implacable. Hacemos leña del árbol caído sin detenernos a pensar que cualquiera de nosotros podría ser ese árbol.
La alfabetización mediática, si la llevamos al corazón de nuestras relaciones y decisiones, nos enseña algo muy simple pero profundo: antes de compartir, investigar; antes de opinar, comprender; antes de juzgar, escuchar.
No se trata de callar ante lo que está mal. Se trata de hablar desde el conocimiento y la empatía. Se trata de saber que no todo lo que brilla es cierto, ni todo lo que duele debe ser expuesto.
En la universidad, lo repito con frecuencia: las competencias mediáticas no se enseñan solo con herramientas, sino con ejemplos. Y el mejor ejemplo es cómo usamos nuestras palabras. Cómo damos espacio al otro. Cómo somos capaces de poner en pausa nuestras certezas para escuchar lo que tal vez no entendemos del todo.
Quizás no podamos cambiar el mundo entero, pero sí podemos cambiar nuestro modo de estar en él. Escuchar más. Juzgar menos. Y recordar que, incluso cuando no estemos de acuerdo, el respeto siempre debe prevalecer.
Vicerrectora Académica UNPHU
Listìn Diario
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